Saliendo del fruto fui semilla
que escribió a su árbol
en la noche adormecida
y en el despierto día.
El entrañable campo entró a mi verso
para convertirse en canto.
El calor de otros soles
no se llevó el recuerdo
del campo y los amores
que en él florecieron.
Las flores caían
como en otoño
sin brisa ni abejas,
y nuevas mañanas
de invierno nacían.
Así los amores blancos
anhelaron el brillante sí
y auguraron el chocante no.
Yo soñaba que era para mí
cada una cuando suyo fui.
Me faltaron palabras
al ver con el tiempo el vuelo
de la juventud, el sueño
y unos ojos negros.
Ausente estuve: me salí del mundo
y fue el sabor amargo
de la tierra mojada
de donde al fin
brotó la semilla
con el regreso del agua.
Encontré una soledad sincera
y junto a ella
mi amable compañera,
en la playa,
entre las flores,
en la montaña y en las aguas frescas
del Río Manatí.
Pero la lluvia acaba
y solo queda
la melodía del silencio.
Queriendo el claro de los días
en la cárcel verde
la vida me quitó las horas.
Cristino Alberto Gómez
18 de mayo del 2010
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