Caballero pendiente
Quien conoce Caballero no acepta
que se convierta en huella de cemento.
Sólo dos veces me ha llevado el tiempo
por la subida angosta, cuya carretera
han resquebrajado los camiones y las aguas.
Ocupo el posterior asiento de la motocicleta,
cruzando los ríos cuyos caudales
aumentó la tormenta.
Noel dejó su huella;
nadie conoce a Olga.
En Comedero,
oh cielo!
el agua se ha metido al secadero
y de las nueve camas
que habíamos construido por dos meses
y que formaban la abonera
no queda más que arena.
¡Cuánto tiempo hace
que no sentía tanta pena!
Son inclemencias del tiempo,
compañero.
El río no pasaba de ese alambre.
Mire que hasta parcela tiene el dueño.
¡Caramba! Se le fueron las lechosas.
Recordé aquel hombre que solía
llegar sobre muletas cada tarde
para atender su ribereña propiedad
junto al tranquilo río
que en tantos años
nunca vio levantar sus aguas.
¡Qué despiadado el destino;
qué desdichados nosotros,
poblaciones de laboratorio,
objetos de la omnipotencia,
raciones divisibles
para alimentar hegemonías!
Subimos a la loma. Verdes campos
albergan el ganado, de camino,
y allá en la loma,
cada vez que subo, allá en la loma
fresca brisa con olor a chocolate,
centenarios bosques de Erythrina
cobijando cual cortina transparente
la Theobroma y debajo
el mundo de aquellos
que tienen un solo mundo.
"Me dicen el treinta treinta",
Se presenta y me sorprende
el que su cigarro prende
al decir que tiene ochenta.
"Y eso que perdí la cuenta
estando ya fuertecito".
Aquel famoso viejito
me causó gran impresión
y con la improvisación
me hizo acordar de abuelito.
Esperamos un café en casa de aquel hombre,
reliquia y tesoro de una historia tan reciente
que pertenece a las primeras horas
de este día y no un lejano
y olvidado ayer.
La motocicleta que me lleva
rinde más que el recuerdo
que vuelve de otros años.
En la sala de un colmado está el Brugal,
el dominó y una bachata de los noventa
y una chica anotando las jugadas
y un servidor contemplando su mirada
y un jugador más bulloso que los otros
y un compañero que tiene todo el día
para seguir barajando aquellas
viejas fichas de puntos olvidados.
Acaba de pasar la tormenta
y acaban de salvar su vida apenas
los habitantes de una vieja casa
cuyo piso en mitad cambió de sitio
e igual que la esperanza, con la tierra,
se fue por la cañada.
Yo pensaba en su noche,
yo pensaba.
Hoy recuerdo que entonces,
sí, pensaba:
Vale tanto el cacao en Caballero
como el árbol de pino en la frontera.
Quien conoce estos campos no los vende
aunque ofrezcan pagarle cuatro Tierras.
Quien adora Quisqueya no permite
que vendida su gente se le muera.
Cristino Alberto Gómez
2 de marzo de 2010
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