Por: Cristino Alberto Gómez
Sábado 21 de junio del 2008
Me encantaría poder decir que no es cierto, que en la única ínsula del Caribe compartida por dos naciones no está ocurriendo lo que durante los últimos días han estado revelando los medios de comunicación, y a través de ellos las organizaciones que se encargan de proteger los derechos humanos en los dos países hermanos.
“Niños haitianos a cuatro dólares”, reza el título de una información publicada anoche por Univision.com, uno de los medios que han estado dando seguimiento al asunto.
Sé que a través de los años la comunidad internacional se ha encargado incesantemente de catalogar a la República Dominicana como un país de racistas, aseveración ilusoria que no precisa la naturaleza del escenario que se vive en nuestra isla. Por tanto, advierto al lector que el presente artículo no pretende ser parte de dicha difamación, sino abogar para que los niños tengan derecho a una vida digna, de sano crecimiento físico, moral e intelectual.
Según la información aparecida en los diarios, redes de dominicanos y haitianos se encargan de secuestrar esos niños y llevarlos a República Dominicana. En algunas ocasiones sus mismos padres se los entregan a los traficantes para que supuestamente sus hijos tengan una vida mejor y no perezcan entre las garras inhumanas de la miseria que les ha sumido en la desesperanza.
Hace quince días fue sorprendido un hombre haitiano traficando a cuatro niños compatriotas suyos, después que un oficial del Ejercito Nacional (dominicano), custodio fronterizo, le dejara pasar tras el módico pago de 150 pesos oro por cada niño. ¡Es ante esto que no puedo quedarme callado! Recuerdo en este momento las palabras de un texto que escribiera el Padre Regino Martínez en enero del año 2006, en ocasión de la muerte de 24 personas de nacionalidad haitiana dentro de un furgón cerrado que les transportaba a través del territorio de la parte oriental de la isla. En dicho escrito, el sacerdote jesuita decía: “aquí no somos “vacas”, ¡somos seres humanos!”.
Los niños tampoco son becerros. No son pollos que pueden venderse a 150 pesos, ni objetos de mercancía por cuyo traspaso se paga un impuesto y que se exportan de un país a otro. ¿Qué destino tendrán esos niños? Esta es la gran pregunta que hasta el momento no ha tenido más respuesta que la indiferencia de los organismos responsables de hacer justicia, los cuales, en vez de investigar a fondo la situación en busca de las mejores soluciones, se han encargado de acusar de anti-dominicanos a quienes levantan la voz para exigir el respeto a los derechos que tienen tanto los dominicanos y los haitianos como cualquier otro ser humano, no importando el país del mundo donde haya nacido.
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