Cristino Alberto Gómez*
26 de enero de 2011
Había tenido muchas referencias acerca de esta comunidad en la Frontera, localizada sobre la Cordillera Central, mas nunca antes la oportunidad de visitarla. Hace años deseaba hacer el viaje pero aún no lo había programado y efectuado.
Tomé la decisión de ir a Río Limpio la semana pasada, cuando pregunté a mi padre sobre su disponibilidad para acompañarme a aquel lugar que ya le era familiar, en donde hace más de dieciséis años estuvo la vez más reciente. En ese entonces realizó un curso sobre agricultura orgánica en el Centro Regional de Estudios y Alternativas Rurales (CREAR). Cuatro años más tarde, yo también atendí a uno de sus talleres, sobre sistemas agroforestales e injerto, impartido en Loma de Cabrera. Entonces hubo la participación de estudiantes de diferentes escuelas y liceos en las comunidades pertenecientes al municipio de Loma de Cabrera. Yo representaba a la Escuela Primaria Hipólito Billini, donde cursaba mi séptimo grado.
Para el tiempo cuando llevé aquel curso, ya era manifiesto mi interés en las ciencias agrícolas y de manera especial la agricultura orgánica, cuyos primeros conceptos y técnicas aprendí gracias a mi padre, que estaba motivado por sus experiencias con CREAR y otras instituciones que le habían apoyado en el aprendizaje de este tipo de agricultura. Pero fue esa vivencia la que más despertó el interés en seguir explorando los conocimientos técnicos y científicos sobre la agricultura y los recursos naturales.
Ingresé primero al Instituto Politécnico Loyola en San Cristóbal, República Dominicana, y luego a la Universidad EARTH en Guácimo, Costa Rica, donde me formé en las referidas áreas, teniendo inclinación por la agricultura orgánica y el desarrollo comunitario. A la salida de la primera entre las dos instituciones mencionadas me encontré con una paradójica situación: la pasantía disponible para mí era laborando con un almacén de distribución de agroquímicos. No conforme con esto, el destino me llevó a la necesidad de aceptar un trabajo como encargado de fitosanidad en una finca agrícola convencional. La efímera experiencia en esta posición fue suficiente para clarificar en mis principios por qué me gustaba la agricultura orgánica y, ahora sí, por qué cuestionaba la agricultura basada en agroquímicos. Poco después del mes de entrenamiento en esa finca recibí la noticia de una beca completa para realizar mis estudios de licenciatura en EARTH. Allí pude fortalecer conceptos en mis áreas de interés y conocer nuevas técnicas dirigidas hacia la sostenibilidad de la agricultura. El enfoque práctico del programa de estudios en aquella universidad me ayudó a entender que es posible lograr lo que uno se propone si trabaja para ello.
Mi pasantía fue en la elaboración de abonos orgánicos para sistemas agroforestales con cacao. Aproveché para tener un acercamiento a los medios de vida de las personas que habitan las zonas cacaotaleras, sobre todo en Cotuí, provincia Sánchez Ramírez, y Castillo, provincia Duarte. Esta experiencia me sirvió para apoyar la planificación del Proyecto Sistemas de Producción Orgánica de Cacao y Frutales en Fondo Grande, luego financiado por el Programa de Pequeños Subsidios (SGP/FMAM/PNUD) con el apoyo del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, gracias al cual se han implementado diversas acciones tendientes a la implantación de modelos sostenibles de producción en la comunidad y al fortalecimiento de la conciencia ambiental de sus habitantes, quienes han decidido recuperar la cobertura forestal en la cuenca alta del Río Manatí, donde se enmarca el paraje de Fondo Grande. Otra experiencia importante para poder contribuir con este proceso fue mi proyecto de graduación “Distribución de las Raíces Finas de Inga edulis y Theobroma cacao en el Suelo de un Sistema Agroforestal Orgánico”, a través del cual amplié mis conocimientos científicos sobre este tipo de sistemas.
Haber dedicado esfuerzos por profundizar en los sistemas agroforestales orgánicos ha sido un resultado de mi inclinación primera, en aquel entonces fortalecida con el taller impartido por CREAR en Loma de Cabrera. Hoy que tuve la oportunidad de visitarlo, acabé de convencerme de que tenemos en Río Limpio un centro de altísima importancia del que hace falta mayor promoción en República Dominicana. Ojalá que en este país tuviese el reconocimiento que a nivel internacional le es atribuido. Durante mis estudios en EARTH conocí varias personas que me abordaron acerca de esa escuela muy cerca de mi casa. Como se puede imaginar, sentí la vergüenza de no haberlo visitado antes. Pero ahora que estoy en el país listo para la realización de mi tesis de maestría aquí, decidí aprovechar para conocer Río Limpio.
Ha sido un camino interesante. Mi padre y yo salimos pasadas las ocho de la mañana desde Fondo Grande. Un sol radiante nos acompañó desde muy temprano; sin embargo, para resistir el aire frío del camino fue necesario ir con mangas largas. El camino fue de alrededor de dos horas entre curvas y pendientes rodeadas de pinos, mangos, matorrales y parcelas que visten o descubren la piel de los cerros. A ambos lados de la carretera se extienden las viviendas más o menos dispersas. Algunas de las ellas muestran la cara del olvido pero en otras reina, como en cada uno de los pueblos atravesados, el ritmo de la vida: una bandeja en que la mujer sacude arroz recién pilado, una hacha con que raja la leña, un caballo con árganas en que va un señor para la parcela; una columna de niños con banderas siguiendo a su maestra hacia la puerta de la escuela en conmemoración del día cuando nació Juan Pablo Duarte...
Nuestra motocicleta sube la cuesta de Rabizal a paso de borrico y con su misma firmeza en el caminar, una vez dejado atrás el paso del Artibonito. Al bajar hacia Río Limpio visualizamos al frente, ahora mucho más clara y cercana que desde la bajada que nos había situado en Las Rosas, la Loma Nalga de Maco, que parece olvidar la distancia para surgir sobre las elevaciones más próximas siendo descubierta por el alcance de nuestras miradas.
El Centro CREAR
Según nos cuenta su director Francisco Guzmán, el Centro Regional de Estudios y Alternativas Rurales (CREAR) surgió a partir de la experiencia de un voluntario del Cuerpo de Paz denominado Mark Freedman, quien a través del Instituto Agrario Dominicano (IAD) llegó a Río Limpio para dar acompañamiento a los agricultores, con quienes trabajó algunas técnicas de agricultura orgánica. Años después de su partida regresó en una visita al país, cuando el entonces Secretario de Estado de Agricultura Hipólito Mejía le propuso hacer algo por la promoción de la agricultura orgánica en el país. Luego de llevarse un equipo de profesionales a conocer la experiencia de otros países en los modelos orgánicos de producción, implementó en 1982 una fundación dedicada a la creación de capacidades bajo el concepto de “agrónomo descalzo”, es decir un agrónomo que no está en la oficina ni andando a motocicleta sino trabajando en el campo. El centro se compuso de dos programas: uno de educación formal y otro de educación no formal.
Los criterios iniciales de los jóvenes a estudiar en CREAR fueron: tener buena moral en su comunidad y provenir de una familia de agricultores. Posteriormente se establecieron nuevos requisitos de acuerdo con las exigencias del Ministerio de Educación, con tal de ofrecer el título de Bachiller Técnico en Ciencias Agrícolas. Este centro tiene la singularidad de facilitar una formación única en la Región del Caribe en cuanto a su énfasis en Agricultura Ecológica. Actualmente cuenta con una matrícula superior a 40 estudiantes de ambos géneros en los dos niveles: 3º y 4º, provenientes de diversas comunidades dominicanas y haitianas.
El proceso de admisión inicia en mayo de cada año, cuando miembros de CREAR salen a hacer promoción en varios liceos secundarios del país llevando consigo los formularios de aplicación. Los estudiantes interesados, quienes deben estar completando (o haber cursado) el 2º de bachillerato toman exámenes de competencia en matemáticas y lengua española a partir de los cuales se decide sobre su admisión. Desde entonces, los estudiantes admitidos son internados en Río Limpio para cursar sus dos años de carrera. Alrededor del 90% de los costos de su estadía son asumidos por el Centro, lo cual facilita el acceso a este programa para estudiantes de familias con muy limitados recursos financieros.
*El autor es estudiante de Maestría Científica en Socioeconomía Ambiental y Especialidad en Práctica del Desarrollo en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE). Correo-e: cristino_gomez@yahoo.com
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