Al fin nos encontramos
entre la noche y la gente,
junto a la brisa de otoño.
Tú me miraste
y ni siquiera me hablaste;
me bastaron tus ojos.
No era deseo de escuchar,
esperar ni hablar… lo nuestro
era deseo de amar.
Me acerqué despacio. No,
me atrajo tu rostro,
magnético, sonriente.
Bese tu mejilla fresca
una y cuatro veces más.
Olvidados del tiempo,
y de la gente a los lados,
nos abrazamos.
Así nos encontramos.
Siempre supe que fue cierto,
luego, tu cálido beso,
cariñosamente eterno.
Pero sólo de la vida
era un consuelo nomás
ante el frío de la noche
y cuan lejos donde estás…
luces, párpados abiertos
y en un instante te vas.
Cristino Alberto Gómez
18 de julio del
2007
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